Punkis, pipas y dantzaris 40 años después

Los grupos de danzas proliferaron en los barrios de Bilbao en los años setenta, y a los que sobreviven les toca soplar velas. Goi-Herri es uno de ellos.

Goi herri

En las escaleras de la Kultur, pintadas de blanco y añil, olía a sintasol y a tabaco. Por allí se cruzaban bandas punkis que ensayaban en el tercero, montañeros con pantalón de pana, los del grupo de teatro, los de Radio Gramola, algunos yonkis, niños que iban a bailar danzas vascas... Era duro, y bullía, aquel Bilbao de hace cuatro décadas.

A finales de los años setenta y principios de los ochenta, en el barrio de San Ignacio las cosas interesantes pasaban en la Kultur. Eran las mismas cosas que ocurrían en casi todos los barrios de la ciudad porque, tras décadas de asfixia y dictadura, puede que nunca haya habido tanta gente haciendo tantas cosas diferentes con tantas ganas. Eran los años de los fanzines, de las radios, de las asociaciones de todo pelo... Y de los grupos de danzas. Goi-Herri es de estos últimos.

El ecosistema era el idóneo para alimentar entusiasmos. «Ya en los últimos diez años de la dictadura empezó a haber cierta permisividad con las manifestaciones culturales euskaldunes», recuerda Jon Gaminde, coordinador de la federación Bizkaiko Dantzarien Biltzarra. Pero fue luego, con la llegada la democracia, cuando llegó también la eclosión de verdad. «Hubo una gran proliferación de grupos», añade. A muchos de ellos, ahora les toca soplar velas.

Algunos son la élite, como el Beti Jai Alai, de Basurto, que ya ha visto cincuenta primaveras. Otros, como Goi-Herri, de San Ignacio, son la infantería de las danzas. Orgullosos y humildes, cumplen cuarenta años de resistencia.

Nacieron para reverdecer las raíces de la cultura vasca, pero también para dar un presente a la generación del 'no future'. «En realidad, empezamos a funcionar en 1976», matiza Álvaro Martínez, uno de los impulsores. Aquel grupo de jóvenes que rondaban los 18 años pretendía «dinamizar el barrio, que estaba muy parado». Eran cuatro chavales y diez chicas que se iniciaron en los locales de la parroquia después de haberse ido hasta Solokoetxe para aprender los primeros pasos de dantzari-dantza.

Pero el hito llegó en 1978, cuando la asociación se constituyó formalmente y okupó, junto con otros colectivos, el edificio de la Falange Española, que se rebautizó como la Kultur. Como si fuese cosa del karma. Para las danzas se reservó el segundo piso, que en su vida anterior era utilizado «para tiro con arco, así que habían echado abajo los tabiques y había espacio». Decenas de niños y niñas pasaban por allí. Luego, se iban al puestito azul, al otro lado de la calle, donde 'Pinin', expansivo y encajado, despachaba golosinas y pipas que se consumían por arrobas en los parques grises.

«Siempre tuvimos problemas para conseguir txistularis». Cuenta Álvaro que en una ocasión les falló el que les iba a tocar en una boda, y tuvieron que salir del paso silbando y tarareando ellos mismos la melodía mientras marcaban los pasos. «Lógicamente, al final no le cobramos a la parejilla aquella».

¿Y las subvenciones?

Los grupos de danzas como Goi-Herri tienen un talento especial para la supervivencia. «Cuando en 1997 nos echaron de la Kultur porque era insalubre –la demolieron poco después–, empezó una temporada difícil». Miren Pena, portavoz actual del grupo, recuerda que durante muchos años estuvieron de prestado «en las escuelas y en el antiguo instituto... Pedíamos que nos dejaran el polideportivo». Además, el problema no era sólo ensayar, sino guardar el material. «Primero lo llevamos al viejo colegio de las Ursulinas; cuando se vendió, durante una temporada corta lo tuvimos que repartir entre nuestras casas; luego alquilamos locales como el que tenemos ahora, en la plaza de la iglesia. Lo pagamos de nuestro bolsillo». ¿Y las subvenciones? «Lo hemos intentado varias veces con el Ayuntamiento, pero parece que no hay ninguna que encaje mucho con nuestra actividad. Y no tenemos a nadie conocido dentro...».

Ahora ensayan en los locales de la Kultur Merkatua, el centro cívico del barrio. «Somos un grupo de quince adultos quienes gestionamos el asunto, y tenemos casi medio centenar de niños entre 5 y 17 años divididos en distintos grupos». Bueno, en realidad «son casi todo niñas; a los niños, a partir de los ocho años, les tira más el fútbol».

En las últimas semanas andan tramando la celebración de sus cuarenta años y los preparativos han logrado reunir a decenas de históricos. Algunos han caido lesionados en los ensayos víctimas del entusiasmo. Y todos se han abandonado a la nostalgia porque, ya se sabe, las cosas no son como se viven, sino como se recuerdan. Este sábado, a las seis de la tarde, todas las generaciones que han pasado por Goi-Herri bailarán en la plaza de San Ignacio. Habrá muchas parejas que se conocieron ahí, en el grupo. Como Ivan y Eider. «A mí, esto me ha cambiado la vida», dice él.

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20 Abril 2018