Amor en las alturas para toda la vida

Don Terencio y doña Tomasa participan en el acervo popular de Bilbao como dos gigantones de la villa
Jon Mujika Bilbao | 02·06·24 | 10:14

Don Terencio y Doña Tomasa en primer plano en la plaza del Arriaga.

Don Terencio y Doña Tomasa en primer plano en la plaza del Arriaga.

Cuentan las viejas crónicas que el suyo, el del corregidor y su esposa (Don Terencio y Doña Tomasa, dicho sea en el acervo popular...), fue un amor cuyos orígenes se desconocen. Les hablo de unos seres de más de cuatro metros, cuyas primeras referencias en el botxo aparecen en 1654 en el Libro de Cuentas de la Cofradía del Santísimo Sacramento de San Antón, encargada de organizar las fiestas del Corpus en la villa. En sus orígenes eran los protagonistas de misterios religiosos o eran tratados como si fueran atracciones.

En las Ordenanzas de 1509 los enanos figuran como rabís, y son descritos como mozos disfrazados y enmascarados que recorrían Bilbao armados con vejigas. Abrían la marcha a los gigantes que representaban parejas de diferentes continentes –como símbolo de pleitesía a Cristo...–, y se acompañaban de bandas de tamborileros y dulzaineros.

En el siglo XVIII aparecieron dos personajes gigantescos que han sobrevivido a lo largo de los siglos como parte de la historia festiva bilbaina. Son los de Don Terencio y Doña Tomasa, el corregidor y su esposa, una pareja muy dieciochesca. Para principios del siglo XIX están perfectamente documentados los seis gigantes que recorrían Bilbao durante la procesión del Corpus: Don Terencio y Doña Tomasa, el Turco y la Turca y el Moro y la Mora, en representación de Europa, Asia y África respectivamente.

Don Terencio, “de grave apostura y sombrero de medio queso”, como dijo el del Lexicón, y Doña Tomasa, de airosa mantilla y clásica peineta de teja fueron los de mayor aprecio y respeto popular, recordaba, hace veinte años ya, la historiadora María Jesús Cava. Ella bien sabe, también, que a mediados del siglo XIX el futuro de los gigantes quedó en entredicho por la situación de Bilbao y doña Casilda Iturrizar los compró (en 1875 el Ayuntamiento de Bilbao decidió retirar los gigantes por considerarlos frívolos y los sacó a subasta pública...) para retirarlos a su finca de Portugalete. Juntos para siempre. ¿O no?

El Kurding Club fue una agrupación de jóvenes burgueses bilbainos creada en la década de los ochenta del siglo XIX. Su local se ubicó en la plaza del Arenal. Aunque su nombre real fue El Escritorio, se popularizó como Kurding en alusión a las kurdas o borracheras que se enganchaban sus socios. Cuando doña Casilda quiso hacerse con los personajes de cartón piedra descubrieron que don Terencio estaba decapitado. Su cabeza la custodiaban las gentes del Kurding Club, junto a la colección de armas de Murga, el Moro vizcaíno o el txistu de Txango. A finales del siglo XIX reaparecían en escena, por impulso de Emiliano de Arriaga.

En 1921 cayeron de nuevo en el olvido durante trece años. Los miembros de esta generación fueron abandonados en los pabellones de la isla de San Cristóbal. Su reaparición en 1934, se debió a una iniciativa de Radio Emisora Bilbaina, empuje que suscitó una respuesta popular eufórica, escenificada en una cuestación fabulosa. La siguiente generación de gigantes se realizó en 1962 a iniciativa de Radio Bilbao.

Para las nuevas fiestas de 1978 no quedaba nada de aquellos muñecos, por lo que se trajeron prestados los del Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz, y el superávit de aquella primera Aste Nagusia se invirtió en su recuperación. Se dejó el trabajó en manos del taller Cómicos de la Legua que en los Carnavales de 1980 presentó los doce personajes. A los clásicos Don Terencio, Doña Tomasa, el Aldeano, la Etxekoandre, el Inglés y la Bilbainita, se sumaron el Ferrón de las Minas de San Francisco, la Cigarrera de la Tabacalera de Santutxu, la Carguera y el Marino del puerto de Bilbao, y Zumalacárregui e Isabel II. Hoy siguen juntos.

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Deia
2 Junio 2024